Porque yo te hice de la nada, tú lo eres todo;
porque cuando no te tengo aquí, yo te requiero;
porque siempre habitarás —pequeña— entre mis dedos.
Porque tú eres algo más que tinta, de algún modo.
Que de la sorpresa te hice, no de la costumbre
ni de la rutina imperdonable de mis días;
porque te hice desde el fuego raudo de una lumbre
que, aunque rauda, calma y cicatriza mi alma herida.
Porque te hice —tú lo sabes— del deseo y del desvelo.
Porque fuiste tú la diosa de este imperdonable ateo
que creía solo en ti y que te creó sobre su cielo.
Porque dentro de mi cárcel, tú eras libre y yo era el reo.
¡Porque fui la presa en los versos que te di, y tú el anzuelo!
Porque te hice de la nada, de la sorpresa y el deseo.