El deseo no reside en el vientre,
ni en las manos que rozan el éxtasis.

Es más el hecho de la individualidad,
de los dientes que duermen (un solo cuerpo)
y de los orgasmos que comparten
una sola boca.

Se trata del reloj
que se detiene en la fantasía,
del sexo virginal,
y de los versos
que recorren las piernas.

No es sino el deseo,
saber que te escribo y sé que escribo
para que no me leas.