Acaso, porque sentimos
el peso de fuego que las palabras
guardan, y jugábamos a incendiarnos,
el tedio de los días diciéndonos verdades
jamás justificadas.
Acaso, porque ardía la piel en mil pedazos;
las cosas que ahora sigues recordando
flotan sobre las aguas del olvido,
porque la memoria evoca.
Ahora los lejanos días de verano y su rostro;
y acaso sobre todo, acostumbra,
la mirada a adornar con excesivos laureles
los tiempos que quedan así,
instantáneos y fugaces, que el viento no lleva.