Intento evitarte.
Vaciar los recovecos de mi mente
en los que habitas
agazapado, en silencio.
Esperando a que me despiste
para mirarme
con tu rostro de espejo.
Porque te hice de la nada,
de la sorpresa y el deseo
a mi imagen y semejanza.
Y ahora, en las tibias tardes de octubre,
cuando palidece el sol entre los árboles,
el estupor me invade
y tus dedos compasivos acarician mis sueños.