Ve el día lo que se ha escrito
por siempre en la roca,
la vida lo lee en piedras blancas;
y arde en la lápida el sol,
en la luz reza una esperanza,
la acaricia una flor con su sombra,
aleteos de un pájaro peregrino la custodian.

Desorbitadamente quieta
está la noche entre los dos nombres, tuyo y mío.
Ya ni escribe ni lee aquellos versos;
silencio quiere el ciprés del cementerio,
quietud las estrellas, paz el cielo.
Separados cuerpos lo esperan todo,
todos esperando el abrazo de un beso.