Te conozco bien
porque te hice de la nada,
de la sorpresa y el deseo,
de la necesidad y el sufrimiento,
de cada sueño roto
cuyos fragmentos
con su borde afilado,
abrieron tus párpados sellados.
Y allí estabas, frente a mí,
hilos de sangre
recorriendo tus mejillas
pero vivo y observándome
por primera vez desde el espejo.