Difícil sale el sol por estas moradas contemporáneas,
la tártara luz me detiene el espíritu. Dejo que el tiempo
cubra los ventanales como si la libertad fuera una consigna.
«Te escribo y sé que escribo para que no me leas…»
y a solas estoy con el penitente que no sabe tu nombre,
madre mía, que no vio que soy el reo, lo que nadie
quiso, el que habita esta celda. Mi celda tiene tus
iniciales, madre mía, como también un raro corazón
para que no se detenga. En cada poema queda
el rastro del fusilero para que digan, madre mía,
que no fui un cobarde, alguien que tiró las llaves
al próximo reo y se ha quedado en silencio,
como tú madre mía, cuando no llegas, cuando culpas
que todo el sueño puede ser una gran pena, una noticia.