te escribo y sé que escribo para que no me leas,
acaso la noche iluminada,
me acerca la sombra de tu cabello.
La mar se torna paciente con el sonido de tu voz.
Gacelas y panteras beben de la fuente plácida de tu sonrisa,
al revelarse esclarecida con la geometría de la memoria.
Cansado, me vuelvo en el ocaso de la vida,
deteniendo un vuelo de tu mirada.
Acotas la dicha del instante,
antes que el tiempo enmudezca los mirlos silbantes.
El sonido de nuestro secreto,
llevas en tu boca abierta de esperanza,
si mencionas mi nombre,
de las profundidades de la muerte regresaré para responderte.