Te escribo, hija mía, en esta tierra hostil,
bajo cielos de tormenta, donde el ruido abrasa,
donde el clamor de la guerra hiere mis palabras,
y mi corazón se quiebra en un grito de fuego.
Tu risa, sol lejano, se oculta entre balas,
y mis letras son gritos, son ecos de dolor.
Te escribo y sé que escribo para que no me leas,
pues las cartas son llamas que traen desconsuelo.
Cada palabra es un arma, un deseo de lucha,
y aunque el miedo me rodee, en ti encuentro fuerza,
pues siempre, en mi voz, serás mi esperanza,
un faro que ilumina en la noche sin fin.