Te escribo y sé que escribo,
para que no me leas,
porque mi alma de océano
te grita incoherentes partituras
y mi torpe voz rompería tus tímpanos
con este bramido desgarrado.
Te extraño tanto,
y sé que tus pupilas lo adivinan
sin la necesidad de que tus arterias
se detengan un segundo frente a estas letras.
No, no hace falta que me leas.
Podrás sentir mi poesía
cada vez que el viento te bese el rostro
─delicadamente─ con mi pálido aliento.