Sola, con veinticuatro años y un sueño en las entrañas,
te escribo y sé que escribo para que no me leas,
para que la distancia de mis versos
te resguarde del invierno y de la lluvia.
Hay tanto amor allí en tu cuerpo,
tantas tardes de sol y de fragancias por venir,
y también tanta angustia y llanto no esperado.
Nada sabes todavía de sus ojos,
ni de cielos lejanos que lo verán pasar,
pero allí está tu hijo, sin heridas,
sin posesiones ni poesías,
como un río de sangre y tiempo
que manchará tus piernas.