Desorbitadamente quieta, yo deseo
despojarme del silencio en tu aliento, ordenar mi mente al rozar tu carne ardiente,
bienaventurada ésta la que halla, tálamo eterno y al amparo de tu pecho

dada al sosiego del amor que la reclama,
mencionarte entre las brasas de mi cuerpo, tejiéndote y tú muriendo en mi sueño,
quiero tocar brisa que ya no vuelve, talando árboles que no dieron sombra.
estas desbocadas tardes y noches, tantas de ellas galopando incesantes, tan

laboriosos los intentos por negarte, no llevarte tatuado en mi sangre con
chelos melancólicos gimiendo, en penumbra donde habita tu recuerdo,
trepando las más altas murallas, los suspiros aquellos únicos nos unen,
dosificada tan solo por este pulso del sueño: está la noche entre los dos…