Entre el carmín dormido de tus labios
y la espesura activa de tus cejas
pasó -burlando alféizares y rejas-
un tormentoso océano de agravios.

Perdí mapas, esferas y astrolabios
bajo el peso infinito de las quejas.
Nunca supe lidiar con las abejas
ni comprendí el dialecto de los sabios.

“Desorbitadamente quieta
está la noche entre los dos…” Súbitamente
se inclina el corazón. ¿Renacerá

la voluntad de amar la reciedumbre?
Marcho como un eterno penitente
detrás una esperanza que me alumbre.