Telarañas invisibles que ahogan y lastiman.
Sustraídas de no sé dónde y que arrebatan lentamente mis formas de alegría.
La quietud las desenmascara y los bordes de mi estómago las limitan.
Son de colores oscuros y lentos,
capaces de enfurecer a la eternidad.
Calladas en su paso y fugaces en su constancia,
pero nunca terminan por romperse del todo.
Desorbitadamente quieta está la noche entre los dos.
Ellas esperando y yo también.