Desorbitadamente quieta está la noche entre los dos.

Porque tú y yo nunca solo nos miramos, no sin amor.

Tú y yo nunca perdemos tiempo,
ni tú te pierdes en la miel de mi mirada,
ni yo en el pacífico ahora congelado de la tuya.

La noche está quieta,
porque ya no se te derrite la mirada cuando me miras,
porque ahora mi miel se ahoga por saber que ya no es tu dulce favorito.

Está quieta…

Pero hubo un érase una vez en el que la noche,
para tí, para mí…
Era fuego.

Y es que ya no hay fuego,
solo cenizas.