Te arrastras hasta la cama
sin encender la luz
para no sacarme del sueño.
Aunque cierre los ojos,
mis entrañas aún esperan
la caricia de tus dedos.
Desorbitadamente quieta
está la noche entre los dos.
Te has desgastado las manos
lijando su tersa piel
y ya no te queda carne
que posar sobre mis huesos.