Llegamos a los viejos testamentos
de una luna afilada, conmovida,
bamboleada por las transparencias
de dos inocentes enamorados,
ya sin vigor fogoso ni arrebato,
ya con pretextos cristalinos bajo los párpados.

Desorbitadamente quieta
está la noche entre los dos…

Y escrupulosamente tierna
emerge una pregunta carmesí
por el conticinio de estas entregadas almas:
¿Es hora de morir por amor
o es hora de luchar por un abrazo
que salve nuestro mundo?