Desorbitadamente quieta
está la noche entre los dos
y sin embargo, el ruido me impide conciliar el sueño.
A mi lado, tú duermes,
ajeno al dolor que me atenaza el pecho.
Yo procuro vendar mis heridas en silencio,
para no despertarte,
no decepcionarme,
no confesarte que las mariposas que siento
me rasgan con sus alas la garganta.
¿No era era el estómago donde se instalaban?