Desorbitadamente quieta

está la noche entre los dos,
sucumben en su oscuridad,
se apropian del amor,
de los miedos y de la soledad,
deambulan entre seres sin idenidad.
Los confunden, los esclavizan
y les roban vitalidad.
La Nada le reprocha al Todo,
lo culpa de ambigüedad.
El todo la escucha y le grita:
-¡Maldita, Tú! La inmortalidad.
La Nada ríe y goza,
sabe que es dueña de la eternidad.