Es tarde, apasionadamente tarde.
Por el tobogán de las ansias desciende torrencial
el alma del cerebro a la garganta, de la garganta
al vientre impetuoso de las venas.

Desorbitadamente quieta
está la noche entre los dos.

Bajo el testigo mudo de la luna
no cabe ciencia azul que eclipse oxitocinas
ni elipsis fúlgida para saciar este momento.

El tacto suntuoso de los labios sucumbe
al paroxismo de las leyes hormonales.

Los ojos y las lenguas exprimen el deseo de la carne.

Sólo habla el lenguaje de la vida mi espada
de Rilke entre sus muslos de verano y azucena.