Desorbitadamente quieta
está la noche entre los dos,
sacándonos la ropa sin acercarse apenas,
que no se entere nadie del amor desatendido
ni del olor a cuerpos que supuran calma.
Si digo de volar
te amarras a la pata del mueble más pesado,
si dices de gemir
me vuelvo do de pecho sin pecho ni garganta
y acabamos sentados uno enfrente del otro
con un telediario y un jarro de agua fría.