Te escribo y sé que escribo
para que no me leas,
porque tú eres la luz
y yo la evanescencia.
Ahora que te haces hombre,
las páginas te sueñan
desde mi blanco seno
hasta tu savia nueva.
Te escribo y no te escribo,
hijo, en mis horas muertas,
porque tú ya eres viento
y yo las hojas muertas.