Aprendí a amarte, enemigo,
desde el instante en que, derrotada, decidí volverte mi numen,
y permitir que mis ojos abiertos en la oscuridad absoluta
vean el fuego, la iridiscencia, la luminiscencia
que el insomnio y sucedáneos agudizan.
Desorbitadamente quieta
está la noche entre los dos…
desde la tregua.
Yo me dejo transformar por tus manos incorpóreas,
tú te dejas transformar en poesía.