Cualquier hora es buena para la muerte.
Nada reconstruirá lo que mataste con tus palabras,
y segundos después de la tragedia
te escribo y sé que escribo
para que no me leas.
Y las palabras creadas fingen ser leídas.

Pero una vez completado el fracaso
y conjugado el verbo abandono
quedaré aferrado siempre a la esperanza
con la mirada nublada
como los ojos de un niño cayendo a la tumba.