Te escribo y sé que escribo/ para que no me leas,
pero igual yo te escribo porque, si escribo, vivo,
y también vives tú en mi indagar activo,
pues yo siempre te veo, aunque tú no me veas.
O quizás sí lo haces, y provoca que seas
el zigzag de la flecha de este poema esquivo.
¿Qué te podría explicar con el verbo pasivo
de quien se queda solo, náufrago en las mareas
que nos dicta la vida? ¿O las dicta la muerte?
No lo sabría decir. La duda me convierte
en el destinatario de mi propia misiva
sobre los laberintos de un camino sin vuelta.
Y al final del camino, la pregunta irresuelta:
«¿Si pudieras leerme sabrás que sigues viva?».