Cultiva aire, dicen. Está loco.
Pero él sabe: las nubes también germinan.
Su azada levanta un polvo invisible,
una siembra que sólo el alma entiende.
Los otros ríen:
“¿Qué cosecha del cielo sino nada?”
Él guarda silencio, y cava más hondo:
cada surco es una oración al futuro.
Las amapolas lo entienden,
tiemblan con él cuando sopla la duda.
Desorbitadamente quieta
está la noche entre los dos…
Él mira al cielo, y sonríe:
mañana, quizá, cosechará tormenta.