En el parque dormido de la infancia,
aún suenan los compases del recreo.
La tierra guarda el nombre de los juegos,
y el aire, las promesas de aquel tiempo.
La tarde, detenida en su plegaria,
dibuja sombras lentas en mi pecho.
Desorbitadamente quieta
está la noche entre los dos…
Tú, desde el alto azul, creas la vida;
yo, desde el suelo, intento comprenderte.
Nos une el asombro y la palabra,
nos salva el breve instante en que coincidimos,
cuando el amor parece ser eterno.