Mi casa está muy olvidadiza. Apenas distingue las puertas de las ventanas.
Se olvida de apagar la radio, por eso siempre escucha las mismas noticias.
Me pregunta si ya tomé mi medicina y la verdad es que no me acuerdo.
Desorbitadamente quieta está la noche entre los dos…
Nos estamos llenando de canas, me dice, de yuyos.
Tenemos los tendones resecos.
Nos miramos las grietas, las articulaciones, las sillas desvencijadas
y no recordamos cuánto tiempo hace
que se nos enfriaron el café y las madreselvas.