La piel murmura restos de naufragio,
olas que no regresan a su pulso.
Tu ausencia roza el aire, se disuelve
y deja un temblor en mi costado.

Desorbitadamente quieta
está la noche entre los dos.

El deseo, con su fiebre detenida,
araña el borde de tu sombra.
Todo lo que fuimos arde lento,
sin nombre, sin regreso, sin orillas.
Nos mira el silencio desde el fondo,
como un dios que olvida su latido.