En penumbra, frente a mi ventana,
con miedo me siento a escribir;
ella, yo, tan joven y lozana,
intentando ganarse el porvenir.

La luna observa, entretenida,
lo que tecleo con fulgor,
para dejar de ser malentendida
y mal tratada sin amor.

No debo, aún, creerme poeta
si así no lo quiere Dios…
pero desorbitadamente quieta
está la noche entre los dos.