El estrellado cielo mira
cómo tu boca de granate,
por la que el pecho así delira,
al alma frágil contrabate.

Es tu sonrisa una dulzura
y es tu sonrisa una malicia
que anega el alma en la locura
y que al espíritu ya vicia.

Solos tú y yo, amada y poeta,
ante la luna y ante Dios,
en el silencio de un nirvana.

Desorbitadamente quieta
está la noche entre los dos,
como un susurro del mañana.