La ciudad es solo una caja hueca,
y la cara, un reflejo sin amparo.
Nadie ve al vecino en la hora punta,
y el aliento huele a puro asco.
Desorbitadamente quieta
está la noche entre los dos…
El cuerpo se consume en ruido blanco,
el gesto es ya una máscara de barro.
La prisa mastica el poco aire libre,
y el alma es un puño duro y de palo.
No se pide verdad alguna,
sólo queda el gris cemento ahora…