Perdóname, si te mojo la alcoba con mi llanto,
si interrumpo el silencio plácido del después.
No se me da bien plegarme al capricho del cuerpo
y ceñirme al guión escrito para mí.
Siempre amé tu manera de llamarme “mi cielo”,
sin confesarte el miedo de perder mis estrellas.
¡Nunca fui tan de nadie tanto como tuya!
Tú eres la voz que arrulla a mi niña interior;
aunque no te des cuenta — o no quieras hacerlo—
mientras rozan tus piernas mis caderas y muslos,
cuando el suspiro llega.
No he podido fingir ¡ni un segundo más! que duele:
Duele ser las cenizas del deseo que fumas.
¡Desorbitadamente quieta está la noche entre los dos!