Dejadme que vaya a la orilla
con mi cuadernillo de tarde,
para así sentir en mi pecho
caricias de altísimas aguas;
para hundirme y poder fundir
mis deseos con tu desnuda
inocencia en el horizonte.
Por estas cómplices arenas
os hablo a todos de mis cosas,
de mis canciones y pesares,
al despedirse el frío ocaso
mientras me ignoras y sollozo
cual ruiseñor preso en la rama.
Te escribo y sé que escribo para que no me leas…