Extiendo la misma plegaria fría por cada día que pasa sin que me asome al portal de tu casa:
“No dejes que se marchite el temporal que existe en tus ojos cuando me miran,
como yo no dejaré que desaparezcan los motivos para buscarte en el cajón de los amores imposibles.
Si las olas del mar rompen en mi costado,
que sean tus besos los que me devuelvan a donde pertenezco,
y, cuando los recuerdos en la oscuridad no traspasen la pared,
llévame al momento en el que existes sin razón”.
No hay manera de cerciorarse de que el fuego de tu pecho jamás se apagó y, a pesar de todo, desorbitadamente quieta está la noche entre los dos…