El silencio respira lento,
como si temiera romper el aire.
Tus manos buscan el tiempo,
pero el reloj ya no sabe hablar.
La luna, cómplice sin rostro,
observa nuestro breve infinito.
Desorbitadamente quieta
está la noche entre los dos…
Hay un temblor que no se oye,
una palabra que nunca nació.
Si cierro los ojos, aún existes,
aunque el mundo jure que no.
Nos queda el eco de un gesto,
y el temblor de un adiós sin voz.