El grito no siempre suena,
a veces se esconde en la vajilla rota,
en la puerta cerrada sin ruido,
en la voz que no se atreve a decir basta.

Desorbitadamente quieta
está la noche entre los dos…
y en ese silencio,
ella aprende a desaparecer.

Pero un día,
la noche se rompe en luz,
y el miedo se convierte en paso firme.
Ya no hay “dos”,
solo una mujer que camina,
y un mundo que empieza a escuchar.