«Te escribo y sé que escribo
para que no me leas…»
Y la razón es obvia y contundente,
quizás sea yo demasiado ingenua.
Quizás me aferro de uñas y dientes a un hálito de esperanza.
O quizás solo quizás, no me resigno a perderte.
Si pudieras oír mi memoria, en ella
palpitan tus manos en una suave caricia y
el eco de tu voz resuena como música
que se ahoga en el más hondo silencio.
Y tengo miedo, miedo de decir adiós para siempre.
Para siempre tiene once letras y un océano de distancia.
Tiene amaneceres y puestas de sol que sin ti se vuelven grises.
Y el azul, nuestro azul, que hoy se apaga, igual que yo…
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