Transeúnte de mí, desconocido huésped
que en mis zapatos pisa lo que fui,
me miro las manos —ajenas ya, prestadas—
y habitante soy de casa en que no nazco.
Morí sin funeral. No hubo campanas.
Sólo este estar muriendo en lo que vivo:
desorbitadamente quieta
está la noche entre los dos…
Ni seña, ni reliquia, ni frontera.
El idioma traidor que en otra boca
ya no regresa cuando nombro madre;
esta sed que el azúcar ya no aplaca;
este cuerpo: ruina sin memorial, ciudad sin llave.