Una hora y media, tardaba cada día…

El ansia en los zapatos, el pelo alborotado,
el tiempo en la cartera, detenido en la foto
donde juntos huíamos del rumor de la vida,
ese que impone una rutina exacta
con la lenta cadencia que conduce al olvido.

Una hora y media de palabras atesoradas
saliendo a borbotones al alcanzar tu efigie de mujer
embelesada, en una tarde gélida de besos sedientos,
de caricias gráciles, de juegos delirantes.

Apenas un segundo en la memoria
de un extraviado paraíso añorado.

Ahora…, desorbitadamente quieta
está la noche entre los dos.