Te escribo y sé que escribo
para que no me leas.
Te escribo como ladra el perro en la soledad;
quieto, impaciente, a la espera.
Te escribo como si mis palabras,
confiadas a la suerte,
entregadas a la desposesión,
dichas por decir y escritas por no poder dártelas a ti,
pudieran hacerte regresar;
más aún,
como si pudieran devolverte el querer
que nunca te pude dar.