Te escribo y sé que escribo
para que no me leas.
Aspiro a que te topes
como al descuido
con mis versos exhaustos
de soñarte en la penumbra,
de retenerte en mis días.
Y a la vez no quiero
porque en ellos desnudo
el alma encadenada
y me vuelvo presa frágil
de tu boca de fuego,
de tu piel insoportablemente
aferrada a mi ser.