Desorbitadamente quieta
está la noche entre los dos…
Tiemblan las copas del agua,
y la luna, al rozar la vajilla,
deja una claridad que duele.
Un rumor antiguo del viento
recompone nuestros nombres
como si quisiera rescatarlos.
No hay relojes en esta hora,
solo un leve temblor del aire
que sostiene lo que perdura.
Miro tus manos, frágiles en silencio,
y comprendo que amar
es sostener la luz que se apaga.