Callaba el aire. Era un temblor antiguo
el que rozó la tarde con su bruma.
Tus ojos, todavía encendidos de silencio,
guardaban la distancia de lo eterno.

Desorbitadamente quieta está la noche entre los dos
y en su latido oscuro algo se nombra:
una verdad que apenas se pronuncia,
como luz detenida sobre el agua.

No dijo nadie más. Bastó mirarnos.
Todo ocurrió sin tiempo y sin medida.
Así el amor, cuando es profundo y fiel,
no necesita voz para quedarse.