Desorbitadamente quieta
está la noche entre los dos,
y yo cedo sin tensión
al tiempo, a las manos, a la mirada.
No queda espacio.
Enraizados en orden,
se fusionan
nuestros cuerpos
con afán de eternidad,
y el deseo puro
de un instante de gracia.
La belleza nos une,
la bondad nos refuerza.
Casi inmóviles, la paz se consuma.