Desorbitadamente quieta
está la noche entre los dos…
Le hablo al silencio
como si su voz me recordase.

Sus labios besan mi memoria,
pero su aliento ya no arde sobre mi piel.
El velo de sus ojos
se volvió un río sin regreso.

Aprieto su anillo en mi puño
como si aún latiese.
Ella duerme en un jardín sin estaciones
y yo camino descalzo sobre su ausencia.

La noche me envuelve con un frío
que lleva su nombre.