Cada cual levanta su casa con lo que tiene:
una cuerda de tender, tres sueños, un saludo.
La mesa huele a pan recién hecho,
y el techo aprende a sostener la risa.

En el alféizar florecen los saludos antiguos,
mientras el viento limpia los nombres olvidados.
El silencio corre, sin prisa, por los pasillos,
y hasta el polvo parece estrenar destino.

Desorbitadamente quieta está la noche entre los dos,
pero el alba ya toca la puerta del patio.
Un niño lanza su pelota y despierta el camino,
una mujer canta el día desde la ventana.

Cada cual levanta su historia a pulso,
y basta el intento para que el sol regrese.