Rehén de tus ideas:
de tu desdén cautivo,
te escribo y sé que escribo
para que no me leas;
y aunque no te lo creas,
lamiendo tu desprecio
me siento menos necio
de lo que tú deseas.
Olvida las peleas
que colmaron mi tiempo,
y el constante lamento
con el que me jaleas.
Ya sé que es mi destino
seguirte en el camino.