Reliquia de mis penas, tan ajena
es la rúbrica con la que, al fragor
de la pluma sobre el papel, el autor
se envela, creyendo que tal condena
de la desorbitadamente quieta
y muda embriaguez que produce el boicot,
donde sólo está la noche entre los dos,
le librará mientras más duro aprieta
el puño al trazar las letras; repite
y repite con anhelos que de su
ausencia lo aleje y así le orbite
(otra vez inquieta) la palma en «salud»
delirante al nocturno recite
que estará con ambos bajo un haz de luz.