PETRIFICADA
vista por la medusa
de la distancia, la tuya,
permanece la ventana.
Desorbitadamente quieta
está la noche entre los dos…
como una luna sin gato alguno
buscándola en sus ojos.
Miro queriendo mirar,
que me mires,
más nadie
—ni Ulises ni Aquiles—
nunca ha podido salvar
un rostro del olvido, el mío.